Machete


CONTO por: 
tadeo zuzek

Escrito eM: 
Copacabana, Bolívia

Marcos jamás había usado un machete. Lo delataba su postura rígida mientras atacaba el cacto con una de las manos todavia metida dentro del bolsillo del sobretodo nueva yorquino que no se sacaba ni en días de calor. A Marcos le gustaban más las actividades mentales, como discutir con vendedores de servicios por el teléfono o sentarse a escuchar las notícias de las manifestaciones en Bolivia y putearlo al presidente. Aún no tenía muy claro el motivo por el cual había decidido salir de la capital e irse a ese pueblito al borde del lago Titicaca a administrar un hotel ecológico, pero la soledad y el silencio que le carcomían el corazón secretamente le agradaban.


"Hay que cortarlos a estos cactos. Son lindos pero peligrosos, pueden caerse sobre las casas y dañar las paredes" le dijo al voluntário que arreglaba el arco de flores de cantuta del camino. "Córtalo con cuidado para que no te lastimes, así" y le pegó un machetazo torpe a la base del cacto que se cortó como manteca. Sus ojos se iluminaron en el fuerte sol de la altitud andina mientras el cacto se iba al piso en un estrondo. "Ya vé? Asi se corta bien" y siguió macheteando la planta con ganas. Empezó para darle instrucciones al voluntario, pero se animó y pronto ya tenía todo el cacto por el piso. Sin una palabra más, se llevó el machete y se fué al fondo del hotel. El voluntario solo escuchaba los machetazos a lo lejos y el sonido de cactos chocando en el piso.


"Marcos! Por que cortaste ese cacto? Estaba lindo ahí y no incomodaba a nadie, pues" exclamó el jardinero Pablo cuando llegó a la mañana siguiente. Marcos explicó que la planta estaba alta y podía caerse sobre las casas. Además, tapaba la vista del lago desde las habitaciones del hotel. Pablo argumentó pero nada lo convencía a Marcos. Ese día, sin dar más instrucciones, agarró el machete y volvió al jardín a cazar más cactos.


A cada machetazo, su técnica mejoraba. Ya no guardaba la otra mano en el bolsillo y su postura era más fuerte y estable. Separaba las piernas, doblaba las rodillas y, con un solo golpe certero, lo atravesaba al tronco blando y húmedo que caía al piso. Al fin del día ya había limpiado el terreno de todos los cactos pinchudos, altos o bajos, que encontró. Con el espíritu más leve, se fué a acostar con los ojos tranquilos.


Al otro día se levantó y, al salir por la puerta, notó que las amarillas florcitas caídas de cantuta ensuciaban el piso del camino de piedra. Se le volvió a prender el fuego en el corazón y, sin pensarlo más, entró para buscar su machete. La cantuta tiene ramas duras pero flexibles, lo que la hace más difícil de cortar que el cacto. Marcos tardó en cortar la primera y el sudor le corría por la cara, pero su mirada no se distraía y atacaba una y otra vez a la bonita planta florida. Cuando esta cayó a la tierra, Marcos se fué en dirección a la cantuta de flores rosas del arco que había armado el voluntario y empezó a machetearla con fuerza. La planta incomodaba la vista del lago, se decía a si mismo, y seguía con la poda.


"Toditito está cortando el señor Marcos." lamentaba la cholita Elsa viendo de lejos. "Esto era tan bonito antes, con tantas florcitas y plantas. Teníamos rosas, romeros, cantutas por todo lado. Y ahora está asi, todo pelado." le contaba al voluntario que recién había llegado. Marcos le explicaba a Elsa que las plantas son lindas pero atraen insectos y pájaros y vizcachas que ensucian todo, a los huéspedes no les gusta. Elsa daba de ombros y se iba a la cocina a hacer un rico plato de trucha con papas.


Cuando se terminaron las cantutas, Marcos siguío para los árboles más grandes. Planta tras planta, el terreno se iba aplainando y se veía llano de pasto y piedras. El voluntario fué a despedirse, seguía viaje hacia La Paz. Marcos lo saludó en pensamiento, sin dejar su trabajo por un solo minuto. "El machete no se despide" se decía a si mismo. Con el tiempo, también Elsa y Pablo se fueron. Caía la noche y Marcos no paraba de cortar, "el machete no duerme" pensaba y seguía atacando todas las plantas que le aparecían por delante.


El último árbol cayó sobre el terreno y Marcos lo llevó al borde del camino, donde estaba la enorme pila de troncos y ramas cortados secándose al sol. Prendió un fósforo y en pocos minutos todo era una enorme fogata con un fuego que subía muchos metros hacia el cielo. Refulgían las llamas en su mirada y en su corazón. Cuando terminó todo de quemarse y las cenizas volaban con el viento, Marcos volvió a la casa y se sentó a ver su terreno. Sus ojos brillaban y, por la primera vez en su vida, sonrió. Finalmente la tierra estaba seca y sin cololor. Finalmente la tierra estaba tan triste como él.

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